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EL
REY
ESPERA
NA gran muchedumbre rodeaba el castillo de
Pavía, el antiguo palacio donde cien años antes
Francisco Visconti hiciera envenenar a su her-
mana Catalina, y donde más tarde Ludovico el
Moro, padre de Maximiliano, asesinó a su propio
sobrino Juan Galeas Sforza.
Mitad fortaleza, con todas sus almenas, mitad
castillo, con sus torres coquetonas, el castillo había
recibido una abundante decoración de colgaduras y
de flores.
Allí era donde, en medio de un espléndido boato,
debía recibir Francisco 1 la visita de sumisión
de Maximiliano Sforza.
La ceremonia sería solemne, digna del vencedor
y del que iba a ofrecer sus homenajes.
Antes del mediodía oiría misa el rey en la
iglesia de Santa María del Carmen. Inmediata-
mente después de los divinos oficios se verifi-
caría la recepción.
No eran las once todavía, y ya los curiosos in-
vadían las inmediaciones del castillo, impacientes
por contemplar al rey de Francia y al duque de
Milán.
Del elevado campanario de Santa María se des
granaron las notas suaves y acompasadas de un
carillón.
—/¡Ah!l—dijo una mujer del pueblo.-—Ese es el
primer toque de la misa.
—¿Entramos ?—preguntó otra.
-No. Los monjes hacen pagar los asientos de
los bancos y del atrio.
—Todos tenemos derecho a la vida.
—Es cierto, pero aquí estaremos tan bien como
dentro de la iglesia, y además, veremos gratis el
espectáculo.
La multitud iba engrosando, bullidora, animosa,
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