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de Didier se desbocó como loco, llevándose a mi
- Compañero sin que pudiese contenerle.
¿Y no le pasó nada a Didier?—dijo Mérovic.
-——Nada, mi teniente. Sólo que al cabo de al-
gunos minutos de carrera cayó muerto su caballo
también.
| Esto es extraordinario!—dijo Robur.
Señor vizconde, es algo peor: el caballo del
señor barón de la Garde también cayó como
herido por un rayo.
E -¿Y el señor la Garde?
-=Poco le ha pasado: según me han dicho sólo
se hizo un pequeño magullamiento.
. —Es decir, tres caballos muertos misteriosa-
nente...
—| Cuatro, señor!-—dijo una: voz.
El escudero de Robur apareció en aquel mo-
mento.
—¿Qué dices, Beauvais ?
-—Que vuestra yegua «Golondrina» se acaba de
Morir.
—|0h! ¡pobrecilla compañera mía!...—exclamó
Robur emocionado.
-—|Es una cosa fatal!l-—-murmuró Borgoña, mien-
ras salía Beauvais.
No, —dijo el vizconde.—¡Esto es un complot
iminal!... Pero supongo que no habrás recorrido
- Solamente ese trayecto para darme estas noticias.
En efecto, monseñor. Venía a daros una orden
Que se me ha transmitido: que vayáis lo más
«e prisa que podáis al castillo de Embalire con
los mulos y sus cargas. El almirante Bonnivet
Y el barón han tenido que aceptar allí la hospi-
talidad, pero el almirante no estará tranquilo
asta que no tenga los cofres con él.
—¿Ha sido el mismo almirante quien te ha
«dado la orden?—preguntó Robur.
-_—No, me la dió de parte suya el conde de
Embalire.