este largo viaje a caballo, las emociones del dí.
algo de debilidad... pues tengo hambre, ¡caramba!
ly en esta casa parece que se retrasan algo en
la hora de la comida!
En este momento se acordó de las palabras que
dijo el aldeano vasco sobre la «Torre de los
aparecidos».
- Bonnivet era valiente, como lo demostró en
muchas ocasiones; sin embargo, se estremeció con
€se misterioso terror que ataca al más temerario
Cuando se encuentra frente a lo desconcido y ante
fenómenos inexplicables. Además, en su época,
innumerables supersticiones preocupaban los espíri
tus de las gentes, aun entre los mismos inteli-
gentes, y el almirante no estaba tampoco al abri-
go de esos temores infantiles.
Así, pues, se apartó del cuadro, y se entretuvo
en contemplar los muebles, las puertas, las ven-
tanas, los armarios, y, por último, se aseguró
de que su espada corría bien en la vaina y que
su puñal recién afilado estaba colgado del cin-
turón.
Entonces adoptó un aire satisfecho.
Sonaron unas campanadas desapacibles, de notas
Cascadas y sordas.
—¿Qué será eso?—se preguntó Bonnivet;—¡acaso
toquen a comerl
Al mismo tiempo llamaban a su puerta.
El almirante abrió... El conde de Embalire se
resentó, sonriente.
== Mi querido almirante, la cena está servida...
¿Queréis bajar a hacernos compañía ?
—Con mucho gusto... en seguida, —respondió
onnivet, sonriendo.
Y alegre por escapar de la opresión siniestra
Que sintió durante aquellos minutos de soledad,
el almirante tomó el brazo del conde, y marchó
Con él hablando en voz alta y riendo como para
esvanecer las últimas mariposas negras de su
fantasía...
- “MS
y
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