Full text: Los amores de Francisco I.° y de la Gioconda

¡ Cuidado!l-—le decía el zapatito de seda. 
Y para demostrarle que había comprendido, 
contestó : 
| Gracias! 
Al terminar la última letra miró a la condesa. 
Estaba ruborizada, y en sus ojos se notaba un 
resplandor de triunfo: parecía haberse consolado 
y quitado un peso enorme que la agobiaba. Estaba 
más tranquila. 
¡ Diablo!l—pensó el, Ladrón de Corazones, 
¡esta conversación resulta sumamente interesante! 
Además del recreo que me produce... ¡Continue- 
mos! 
El zapatito blanco debió pensar de igual modo, 
pues volvió a tocar las enormes botas del barón. 
El entretenimiento proseguía. Pero esta vez la 
frase fué más larga. 
¡No bebáis!-—ordenó el pie. 
Y como precisamente el conde de Embalire 
ofrecía en aquel momento vino de Samos a Pau- 
lino, éste rehusó. 
El zapato continuó: 
—|Síl—dijo ella. 
Pero la Garde no hizo caso. 
El pie dijo después: 
—¡Tirad el elixir! 
El Ladrón de Corazones comprendió. 
—Perfectamente, —se dijo.—El vino no es peli- 
groso, sólo hay que desconfiar de los licores. 
Durante todas estas maniobras, Bonnivet char- 
laba con Embalire, haciendo el gasto de la con- 
versación. 
El almirante estaba aquella noche realmente ins- 
pirado. 
Contaba la reciente campaña del rey en Italia, 
y volviéndose a la condesa añadió: 
—Precisamente en Marignan fué donde vuestro 
suegro, condesa, se distinguió tan valerosamente 
y perdió la vida en una carga. Murió gritando: 
«¡Viva el rey!» 
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