Full text: Los amores de Francisco I.° y de la Gioconda

¡ Diablo!-—pensó el fiel escudero del Ladrón 
de Corazones.—Este animal no se va a parar 
hasta que le falte el aliento. 
Y, cambiando de táctica, intentó usar de la 
y 
violencia en vez de la dulzura: apretó enérgica- 
mente con las piernas al caballo, y tiró del bocado. 
El resultado no se hizo esperar. 
El caballo se detuvo de pronto, y Didier cayó 
de él, yendo a dar de cabeza contra una piedra 
del camino. 
ln seguida cayó también el caballo. El es- 
cudero, libre de los estribos, estaba ya a su lado, 
sano y salvo: se inclinó hacia el animal, que 
jadeaba horriblemente, con una espuma ama- 
rillenta en los labios. 
—¿Qué es esto?—se preguntó Didier.—¿Le 
habrá atacado a Rine también la misma enferme- 
dad que al otro? 
Ya no podía dudar. 
El pobre animal experimentó una violenta sacu- 
dida, levantó la cabeza como para respirar, y 
cayó... para no moverse más. Había muerto. 
¡Dios mío!... ¡qué desgracia! 
Todos los cuidados que ensayó para reanimar 
al inocente animal resultaron infructuosos, y lleno 
de melancolía se sentó al borde del camino. 
¡Esto no es naturall—pensaba.—Primero el 
caballo del almirante Bonnivet... después el mío... 
¿Qué habrán comido? 
Sumamente perplejo, y no encontrando explica- 
ción posible, se preguntaba qué debía hacer en 
esas circunstancias. 
¿Volver al encuentro de sus amos, o continuar 
a pie hasta el campamento? 
La Chesnaye aun estaba lejos, y el camino, 
aunque largo, no le asustaba al valiente escudero. 
Pero una secreta aprensión... algo así como un 
vago presentimiento le impelía a ir en busca de 
su amo. 
Vacilante e intranquilo, permanecía, sin embargo, 
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