Lo más seguro sería acercarse de alguna ma-
nera a quella pareja de criminales y reducirlos
a la impotencia.
Pero, ¿en qué forma?
Didier pensaba que aquel subterráneo debía tener
algún lugar de entrada en el edificio. De pronto
lanzó una exclamación de alegría. La mano que
apoyó en la pared de la dere ha hizo ceder al
muro. Una de las piedras giró, y una abertura
practicable apareció ante los atónitos ojos del
escudero,
Encendió su yesca de nuevo, y vió a sus pies
los primeros peldaños de una escalera que subía
por la galería húmeda como una cueva. Era tan
estrecha como una chimenea, y negra como el
alma de Satán.
XVII
EL SUEÑO DE BONNIVET
L almirante llegó a su alcoba un poco mareado.
Se descolgó el tahalí, se desnudó el jubón, y
sin quitarse más prendas se acostó beatíficamente.
Una bruma espesa oscurecía sus pensamientos,
Cansado, aturdido, sólo tenía un deseo: dormir.
Sin embargo, no llegó a gozar de un sueño
perfecto,
Los incidentes de la jornada le habían enervado,
y su espíritu, además, trabajaba con una idea
obsesionante:
—|] Magdalena |
Tenía ante sus ojos el retrato de la hermosa
vizcondesa que en otros tiempos le otorgara una
hora de amor inolvidable,
Le miraba vagamente, con los ojos entornados
por el cansancio.
La vela de sebo que le alumbraba se consumía,
y se apagó...
¡Todo quedó entre sombras,
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