Después, volviéndose a los prisioneros, dijo con
terrible sonrisa:
—Ahora, señores, nos vamos a dedicar a un
ejercicio de tiro al blanco que ha de interesaros,
pues tomaréis parte en él. ¿No sabéis lo que
pensamos hacer? Traeremos aquí las cajas que
no habéis sabido custodiar; las abriremos ante
vuestros ojos para que admiréis sus riquezas antes
de morir... y cuando ya estéis enterrados, entonces
comunicaré al rey de Francia que me habéis ven-
dido los regalos que os habían entregado y que
os habéis escapado a España.
—Nos conocen muy bien allí, —dijo Paulino de
la Garde con altanería,—y no creerán en tan
burdo engaño.
—Nos creerán: sabemos falsificar los documen-
tos... y vuestro recuerdo allí quedará deshonrado,
caballeros... ¡Deshonrados! ¡es una hermosa ven-
ganza! ¿no os parece?... Y Herminia, ¿lo oyes?...
Herminia te despreciará...
Unos pasos pesados y ruido de armas resonaron
en la sala, haciendo volverse a los tres amigos,
Tras ellos, en el fondo de la habitación, se ali-
nearon hasta diez ganapanes de caras patibularias,
bandidos andrajosos y miserables, armados con
picas y alabardas. Varios tenían arcabuces, sos-
teniendo en su mano derecha las mechas encen-
didas.
—| Muramos al menos combatiendo!—dijo el La-
drón de Corazones.
Los tres se dirigían ya, espada en alto, contra
aquellos cobardes, cuando del otro lado del ras-
trillo aparecieron los acemileros, hombres vigorosos,
que, trayendo a hombros las cajas, las fueron de-
positando, con grandes precauciones, en el suelo.+
Para una de ellas, más fuerte y pesada que las
otras, eran necesarios dos hombres.
—|¡Ahora,—dijo Tormes irónicamente, —vamos a
hacer ante vosotros el inventario de nuestras ri-
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