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Causa, de circunstancias que no puedo explicarme,
€el duque no estaba a bordo del Nereida a mi
llegada. Pero en vez de él encontré, con gran
- Sorpresa, a Bar tolomé el Tuerto, que me transmitió
Sus órdenes: «Embarcar y esperarle a él en Em-
Dbalire». Levaron anclas... Durante la noche se
evantó una terrible tempestad, que, desgarrando
las velas, hacía crujir los mástiles y cabecear
luriosamente al barco. Los pasajeros corrían por
€l puente... algunos de ellos fueron arrebatados
por el oleaje. El pánico era indescriptible...
X —¿Qué pasó?-—preguntó el Ladrón de Cora
tones, impaciente.
-—De pronto se oyeron unos extraños cánticos
medio del desorden causado por el miedo
Intrigados y llenos de sorpresa, vimos
cinco religiosas de la Orden de la Miseri
, con hábito blanco y azul, estaban arrodilla-
junto a la Santa Bárbara. Tenían juntas
las manos, los ojos clavados en el cielo, y canta-
an, llenas de fervor, sus oraciones y cánticos
la Virgen. Impresionados por este hermoso
espectáculo en medio de los elementos desen-
adenados, nos acercamos a las hermanas del há-
bito azul. Entonces Bartolomé me dijo “al oído:
-«—|La duquesa!
»—¿La duquesa ?...
»—Sí, ¡pardiez! la mujer del duque de Tor-
S, nuestro amo. A mí me encargó que me em-
Icara para cuidar de ella y vigilarla hasta Santá
lta, z
»AL mismo tiempo que esto me decía, me señaló
Una de las cinco enc la más joven y her-
Mosa de ellas; después continuó:
»—Sí, es una senociía de Provenza, Herminia
e Roquebrune, a quien el duque hizo casar con
por un monje de Grenoble...
- El Tuerto no pudo terminar su relato. Una ola
Monstruosa levantó al navío en alto sobre su cresta
€ espumas, a una inmensa altura... y al retirarse