«—Está bien, te creo. Herminia es tan noble
y tan pura, que si él supiese que ella había tenido
ese buen deseo para mí, quizá a estas horas no
estaría allí. ¿De modo, que Tormes no pensó
ir a Marsella para recoger a su víctima?
No. Esperó a que las religiosas se curasen
para poder emprender el viaje a Santa Anita.
Puede ser que el incendio del convento haya hecho
variar sus proyectos... No lo sé...
¿Me has dicho la verdad ?—preguntó el La-
drón de Corazones con gravedad.
-Por la Virgen os juro, señor, que he dicho
todo lo que sé de la señorita de Roquebrune.
Si me has engañado, ya te sabré encontrar,
y te castigaré... Pero quiero creerte... Ya eres
libre... ¡vete!
—0Os doy mil gracias por vuestra generosidad,
señor, ¡Que Dios os guarde!
Y Villarreal se alejó, después de mirar a doña
Preciosa.
Ésta le volvió la espalda.
XXIII
EL ADIÓS
L capitán Ladrón de Corazones dobló la ro--
dilla ante la marquesa, y con esa cálida
sinceridad, que era como la llama de sus palabras,
dijo:
—Marquesa, nosotros nos vamos de aquí. En
cualquier lugar donde estemos, si tenéis uecesi- :
dad de mi ayuda y de mi espada, mandadme
buscar. Podéis contar con mi adhesión inalterable.
La joven, sumamente pálida y temblando de
emoción, contestó:
-Muchas gracias, señor. Soy una pobre joven,
humilde y olvidada, juguete de los acontecimientos
y de las personas, y no puedo querer nada por
24