Estaba hablando con un paje jovencito que,
olocado a sus pies, sobre un taburete, apoyaba
Su cabeza sobre las mórbidas rodillas de la “her-
Mosa castellana.
El paje, que era sobrino del señor de Varange-
lle, se llamaba Guy de Amblateuse, y era un
despejado muchacho de unos diecisiete años, cuyo
labio superior comenzaba a negrear por el bigote
aciente.
Vestía ella con elegancia: vestido de terciopelo
, que descubría por todas sus aberturas el
de seda roja; amplia gorguera bordada,
Puños de blonda, herretes cuajados de piedras
Preciosas, rosetas, cintas, lazos, etcétera.
—¡Guy!... ¡Mi querido Guy!l—decía la dama.
Qué me anuncias?... ¿Te quieres marchar?...
—¿No tengo acaso que cumplir con mis de-
beres de gentilhombre? Dentro de un mes habré
mplido ya los dieciocho años. Mi padre vuelve
hora con el rey de la campaña de Italia, y yo
go que agregarme a él y estar preparado para
la próxima expedición proyectada contra Nápoles
—¿Y cómo viviré yo sin tí, mi querido Guy?
—Yo volveré pronto, Alicia mía, tan pronto
Cómo me gane mis espuelas de caballero... En-
Onces seré como Hércules a los pies de Omfalia...
Ólo que ya no tendré que hilar lana contigo...
5] Cuánto voy a tener que llorar, tan sola en
te triste castillo donde sólo tú eres el único
tayo de alegría para míl... Tú, en cambio, te
lStraerás con la vida del campamento, con los
Zares de la guerra, las aventuras amorosas...
=No, eso no, querida amiga... :
-—Yo sé lo que me digo... Las bellas vencidas se
htregan muy fácilmente a los encantos del ven-
or.
_H—Pero tú, Alicia mía, ¿no tienes a tu lado,
demás, a tu marido ?...
—/Cállate, malo! ¡No me revuelvas ese puñal
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