Full text: Los amores de Francisco I.° y de la Gioconda

Pálido, extremeciéndose por su orgullo insul- 
tado, éste no retrocedía ni una pulgada, y Méro- 
vic, con sus prodigios de energía y animado por 
la presencia del rey, se mantenía fuerte aún, a 
pesar de sus heridas, 
Pero le iban faltando las fuerzas... y el rey 
estaba sin armás. 
Todo parecía perdido... Aquello acabaría pronto, 
evidentemente... 
De pronto, en la escalera se oyó un ruido: 
de pasos, que fué acentuándose. Unas espuelas 
sonaban contra la piedra de los peldaños, y la 
vaina de la espada arrastraba en ellos al subir... 
Se oyó una voz: 
¡Ladrón de Corazones a la revancha! 
¿El Ladrón de Corazones ?—dijo el rey, ale- 
gremente sorprendido.—¡Ya estamos salvados! 
¡El Ladrón de Corazones!—repitió Mérovic 
con tono de consuelo y de esperanza. 
Surgió un hombre, seguido de otro, con las 
espadas desnudas en la mano. Al primer golpe 
de vista vieron a Mérovic y al rey, casi exhaustas 
sus energías y manteniéndose a duras penas contri 
la guardia del castillo. 
¡Esperad, esperadl—gritaron los recién ]le- 
gados. 4 
Cogidos por la espalda, los asaltantes se debili- 
taron, vacilaron, se aglomeraron, y por fin huye- 
ron en todas direcciones, abandonando sus armas. 
Fué una desbandada rápida, casi instantánea. 
Sólo quedó en su puesto Varangeville, estupe- 
facto, pasmado, crujiéndole los dientes, gritando - 
de rabia, devorando al rey con su mirada llena 
de odio. A 
Mérovic estaba entre ellos, dispuesto a repeler 
cualquier ataque del barón contra el soberano. 
¡Barón de la Gardel—dijo el rey,—yo no 
puedo contar sino con vos. ¡Pero os habéis hecho 
acreedor al agradecimiento del rey!l.. ¡Gracias! 
Y le tendió la mano.
	        
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