Full text: Los amores de Francisco I.° y de la Gioconda

de caza. Estaba radiante, y saboreaba con em- 
briaguez la idea de la venganza. Y es que el 
odio, los celos y la rabia habían vertido en su 
alma un torrente de hiel. 
Cazó durante todo el día, y regresó bastante 
tarde. 
En seguida hizo llamar a Goulevent: 
¿stán preparados tus polvos sicilianos ? 
están, señor, —contestó Sofrónimo, mien- 
tras entregaba al barón un minúsculo paquete 
de pergamino cuidadosamente enrollado. 
— ¿Cuántos días tarda en causar sus efectos? 
—Dos o tres días. Esa era una preparación 
muy usada por los Borgias. 
—¡Es un plazo muy largo!—suspiró Varange- 
ville con impaciencia. 
-—Si se tratase simplemente de una desaparición 
podríamos escoger tres o cuatro fórmulas de efecto 
rápido: perfumes, licores, aceites, pomadas, eli- 
xires... Pero como debe quedar anónimo y miste- 
rioso, debe ser más lento y delicado... 
—¡Bien!... ¿Me garantizas sus resultados ? 
-—Tened la completa seguridad. 
—¡Ah, doña Alicial—exclamó riendo el barón. 
—El rey, vuestro hermoso galanteador, no había 
previsto esto. 
Un criado vino a anunciar la comida. 
—¡Por Satanás!—dijo Varangeville cuando se 
retiró Goulevent.—¡Voy a ensayar ahora mismo 
los famosos polvos sicilianos! 
Penetró en el comedor. 
Alí estaba la castellana, pálida, emocionada, 
temerosa... 
El barón se acercó a ella. 
—Olvidemos los tristes acontecimientos de la 
noche pasada, ¿no os parece, amiga mía? Es un 
pesado sueño que no debe turbar más nuestra 
vida, ¡Besadme, y vamos a comer! 
Alicia, estupefacta por tanta mansedumbre, rozó 
con sus labios la cara de su esposo. 
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