de caza. Estaba radiante, y saboreaba con em-
briaguez la idea de la venganza. Y es que el
odio, los celos y la rabia habían vertido en su
alma un torrente de hiel.
Cazó durante todo el día, y regresó bastante
tarde.
En seguida hizo llamar a Goulevent:
¿stán preparados tus polvos sicilianos ?
están, señor, —contestó Sofrónimo, mien-
tras entregaba al barón un minúsculo paquete
de pergamino cuidadosamente enrollado.
— ¿Cuántos días tarda en causar sus efectos?
—Dos o tres días. Esa era una preparación
muy usada por los Borgias.
—¡Es un plazo muy largo!—suspiró Varange-
ville con impaciencia.
-—Si se tratase simplemente de una desaparición
podríamos escoger tres o cuatro fórmulas de efecto
rápido: perfumes, licores, aceites, pomadas, eli-
xires... Pero como debe quedar anónimo y miste-
rioso, debe ser más lento y delicado...
—¡Bien!... ¿Me garantizas sus resultados ?
-—Tened la completa seguridad.
—¡Ah, doña Alicial—exclamó riendo el barón.
—El rey, vuestro hermoso galanteador, no había
previsto esto.
Un criado vino a anunciar la comida.
—¡Por Satanás!—dijo Varangeville cuando se
retiró Goulevent.—¡Voy a ensayar ahora mismo
los famosos polvos sicilianos!
Penetró en el comedor.
Alí estaba la castellana, pálida, emocionada,
temerosa...
El barón se acercó a ella.
—Olvidemos los tristes acontecimientos de la
noche pasada, ¿no os parece, amiga mía? Es un
pesado sueño que no debe turbar más nuestra
vida, ¡Besadme, y vamos a comer!
Alicia, estupefacta por tanta mansedumbre, rozó
con sus labios la cara de su esposo.
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