¡Esa es vuestra esposa, mi buena y querida ama,
a quien con un sortilegio han convertido en lo
que veis!
— ¡Estás loca, muchacha! ¡Pues quél... ¿pre:
tendes tú que esa .€s mi bella y encantadora
Alicia ?
—;¡Por Dios, señor! ¡no seáis cruel haciéndola
comprender lo horrible y cambiada que está!
El señor fingió una actitud aturdida e inquieta,
pero en el fondo de su corazón se alegraba del
éxito de su criminal acción.
—¡Por los clavos de Cristol—rugió.—1Voy 4:
buscar al mejor médico de Valence! ¡Avisaré aun-
que sea a todos los médicos del universo para
que estudien este extraordinario Caso, y le daré.
tanto oro como pese al que me devuelva a mi
linda Alicia, mi querida mujer que tanto amo!
Dos días Ar el señor de Varangeville, acom
pañado de Goulevent, marchaba a Lyon para bus-
car, según decía, a los mejores médicos para que
curasen a la baronesa.
La habitual tristeza del castillo de Varang€
ville parecía decuplicada. De ordinario se of
cantar romances a las mujeres del servicio o 4
los criados que descansaban de sus ocupaciones:
Algunas veces se ofan acentos melodiosos qU
salían de las ventanas donde la baronesa tocaba.
el arpa o cantaba acompañándose con una cítara
¡Ahora no se oía nada!... El ambiente res a
taba pesado, doloroso, lúgubre.
La gente armada del castillo se reunía en
sala de guardia, y no se atrevía a beber, ni
jugar, ni a hablar alto, z
Parecía una casa de luto.
En el salón del castillo, Catalina, desconsolad
contemplaba, con la frente sobre los cristales,
patio de honor.
De pronto se estremeció.
Se oía el galope de un caballo resonar
la bóveda de la entrada, y en seguida apareci
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