joven caballero, que detuvo en el centro del patio
su fogosa cabalgadura.
Entregó las riendas a un lacayo, y saltó ágil-
Mente en tierra. Después, rápido y sonriente,
orrió hacia la escalera, cuyos peldaños subió yo-
lando, y penetró en la sala.
—¡Ahl ¡querida Catalina! ¿Está abí tu ama?...
-|Pronto, condúceme a donde se encuentre!... Mi
señor primo está en Lyon, y quiero aprovecharme
de su ausencia...
Pero la alegría exhuberante del joven se extin-
ps de pronto al ver la cara descompuesta y triste
e la doncella,
Dos lágrimas como dos perlas asomaban a los
Ojos de Catalina, que dijo:
“—/Ah, señor Guy, habéis hecho muy mal en
enir!
—¿Qué pasa?... ¡Habla, habla pronto!-—dijo el
Paje con inquietud.
—|Ay, señor! ¡Mi querida señora!... ¡pobre-
tal...
o H—¿Alicia?... ¿Qué le pasa? ¡Por Dios! ¡ex-
Plícate!
_—No me atrevo, es horrible...
—|Yo quiero verlal—dijo con voz sombría.
Ante la emoción de Guy de Amblateuse, com:
tendió Catalina que él quería saberlo todo... y
A4e no podría nunca ocultarle la verdad... Así,
Pues, mejor sería decírselo todo de una vez.
—|Venid, señor... pero sed fuerte, y haced por
COnsolarla |
- Gondujo al paje a la alcoba de su ama.
On las cortinas corridas, la habitación estaba
Vuelta entre sombras.
h un inmenso butacón estaba sentada Alicia,
“ITucada, con un velo que le cubría la cara.
—| Señora !—anunció Catalina, —¡Es el señor Guy
de quiere veros!
—| Guy!
Alicia lanzó un grito desgarrador, y el paje se
-
Fa a
e