Este joven monarca de veinte años, hermoso
y caballeresco, tenía la aureola de un gran rey.
Así, pues, la ciudad de Lyon se creía obligada
a prepararle una recepción triunfal.
La noche comenzó a extinguir la fiebre de los
preparativos y la animación popular.
El rey dijo que quería acostarse «burguesa-
mente» aquella noche, para estar bien dispuesto
en la parada del día siguiente...
, ”
En la acera de una callejuela junto al Ródano,
la calle de San Trófimo, cuya oscuridad contras-
taba con la de los bulevares, llenos de lámparas
y añtorchas, había un hombre de plantón ante
una casa de no mala apariencia.
Embozado en una amplia capa de cuello alto,
—Miraba atentamente una ventana del primer piso,
"donde detrás de una cortina brillaba una débil
luz. ]
No podía ser sino un enamorado o un ladrón:
Sólo esta clase de personajes se entregan a ocu-
paciones de este género.
- Pero no: éste no podía ser un ladrón. Estaba
allí completamente al descubierto, y si se tapaba
algo la cara, no disimulaba, en cambio, nada sobre
el objeto de su estancia en la calle. Además, lle
Vaba, bizarramente ceñida, una espada que aso-
maba su punta por debajo de los vuelos de la
apa, y los ladrones no acostumbran, por lo gene-
2d, a levar la espada tan descaradamente enar-
bolada.
- Era, pues, un enamorado.
Mas la persona a quien rondaba no parecía
aber advertido su presencia, o por lo menos no
hacía el menor caso de él,
Se dedicó a toser, a sonar su espada y las
€spuelas sobre las losas de la acera, pero ninguna
Ombra aparecía tras las cortinas.
299