Después de un gran banquete siguieron varias
diversiones, un torneo en Bellecourt y batalla de
naranjas en el Ródano y Saona.
Se representaron, además, autos sacramentales
en casi todas las plazas y encrucijadas, y el vino
corría en fuentes públicas, donde bebía quien
quería. Para la noche, estaban anunciadas gran-
des iluminaciones...
Pero no todos los lyoneses habían ido a presen-
ciar el solemne cortejo real.
Entre los que se abstuvieron de acudir a la
fiesta estaba incluído maese Chaplotín, alguacil
de la senescalía de Lyon. No porque Chaplotín
fuese hostil a los Valois, sino porque nuestro
alguacil, algo jorobado, un poquito cojo, bizco,
calvo, y, por la gracia de su mujer y de un
arquero del Preboste, horriblemente celoso, no le
agradaba el elemento militar.
Nuestro hombre se encontraba más a su gusto
no asistiendo a la fiesta, pues tenía varios nego-
cios que hacer en la calle.
A. él fué a quien se le encargó el alquiler de
la habitación amueblada para Mona Lisa.
Su calidad de propietario le valió a maese
Chaplotín, en el mismo día de la entrada del rey,
la ocasión de recibir la visita de dos particulares:
el uno era un hombrón, el otro más pequeñito,
pero ambos se parecían, por tener casi igual barba,
la misma calvicie, el mismo vientre voluminoso,
y casi idéntica indumentaria.
Maese Chaplotín,—dijo el más corpulento, -—
se nos acaba de decir que tenéis habitaciones
amuebladas para alquilar.
No os han engañado, señores: me queda, en
efecto, un local en el segundo piso, pues el pri-
mero me lo han alquilado hace unos días para
una dama, muy bonita por cierto, que viene con
el pintor Leonardo da Vinci.
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