Full text: Los amores de Francisco I.° y de la Gioconda

Al través de las tablas desclavadas pudo Paulino 
sacar un brazo y extenderlo. 
¡Tocó el vacío! 
Ya no se siente aplastado ni ahogado. 
Se incorpora, pugna por salir, golpea, empuja, 
arranca... 
¡Valiente Paulino! 
Las tablas ceden y se separan. 
Ya está fuera de su caja hecha pedazos. Se 
levanta y se palpa todo el cuerpo. Está medio 
muerto y ensangrentado. Sus ropas hechas jirones. 
¿Pero qué situación no sería preferible a conti: 
nuar en aquel sepulcro helado que le aprisionaba 
para siempre f... 
Fl Ladrón de Corazones, con todo el cuerpo do- 
lorido por las heridas, se siente, sin embargo, re- 
vivir. 
¡Sí, esto es vivir, en comparación con aquéllo! 
Está fuera del ataúd... y permanece, durante un 
largo rato, inmóvil, como atontado por la alegría 
de haber pasado los sufrimientos de antes. 
¿Pero dónde está? ¿No será acaso en otra 
fosa, aun más profunda que la anterior? ¿No 
habrá pasado de un mal a otro peor? 
Aquí como arriba, reinaba la oscuridad más 
densa. Extendiendo los brazos, tocó Paulino en 
una pared húmeda, y comenzó a  recorrerla, 
apoyándose en ella. 
Después de haber andado en esta forma un cen- 
tenar de pasos, llegó a un corredor, débilmente 
iluminado por un resplandor difuso. 
¿Sería acaso ya de día?... Paulino había per- 
dido la noción del tiempo, después de pasar aquellos 
atroces instantes que le parecieron siglos. 
No importa; siguió marchando, trepando, siempre 
en las sombras del subterráneo, 
Como se siente perfectamente en él, se cree 
seguro. 
Aquel canal estrecho descendía visiblemente. 
A medida que Paulino avanza, siente el aire más 
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