Full text: Los amores de Francisco I.° y de la Gioconda

Yo soy únicamente el portavoz de esas figuras, 
señores, —dijo modestamente la adivinadora.—Pero 
si vuestra señoría quiere saber en detalle lo que 
ocurre en la actualidad, podremos deducir el por- 
venir, 
¡Ya lo creo que quiero saberlo!... Esa sangre 
vertida por el marido, me embrolla. 
—Voy a dormirme ahora en mi misterioso sueño, 
y cuando esté dormida, podréis dirigirme las pre- 
guntas cuya contestación queráis saber. 
—¡ Hacedlo en seguida! 
; -¿No tenéis, por casualidad, algún objeto que 
' pertenezca a la persona que teméis?... ¿al marido 
- de esa dama? 
3 -¡Oh, no tenemos nada de eso!-—-dijo Paulino, 
desorientado. 
—Señor,—intervino Didier.—Ayer me encontré 
yo esto ante la puerta de Mona... 
—Un peinecillo de marfil para el bigote... pu- 
diera ser que pertenezca a otro... 
—Démenlo, señores, eso será suficiente,—ordenó 
¡Toussaint. 
Cogió el peinecillo en su mano, y, levantando 
el brazo, dijo: 
—¡Focas! ¡aquí! ¡locas! 
Se oyó un rápido batir de alas. La cotorra 
negra, bruscamente despertada, repitió con su voz 
da las palabras que acostumbraba oir en la 
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casa; 
2 —«Tendrá felicidad, alegría, salud y mucho 
«nero.» 
—| Vamos, Focas, ven aquíl—gruñó la adivina- 
dora.—| Cállate! 
El pájaro obedeció, y con su vuelo pesado fué 
a posarse sobre la mesa, delante de su ama. 
- Sólo entonces advirtieron Paulino y Didier que 
Focas» tenía sobre la cabeza un objeto brillante, 
n penacho cuyo base era un diamante. 
La cotorra se mantuvo completamente inmóvil, 
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