Full text: Los amores de Francisco I.° y de la Gioconda

didas de palomillas tan espaciadas una de otra 
que apenas iluminaban las calles con una débil 
claridad. 
El almirante marchaba rápidamente hacia su 
casa. Acababa de internarse en una callejuela 
medio oscura cuando observó que se acercaba en 
su dirección una graciosa silueta de mujer. Iba 
vestida con ropas oscuras, y la cabeza y la cara 
envueltas en un velo que le caía sobre la espalda. 
A pesar de esto se adivinaba en ella un elegante 
talle y un busto esquisito bajo el jubón de irre- 
prochable corte. 
La mujer se cruzó con él. 
—¡Eh, eh!l—dijo Bonnivet, muy amante de los 
bellos tipos.—Me parece que ésta es de las que 
aceptan el palique... ¿Adónde irá a estas horas 
y por estas calles tan malas y desiertas una cria. 
tura tan delicada? 
Dió media vuelta y apretó el paso, curioso por 
ver de cerca a la desconocida, pero ésta, al oir 
los pasos del almirante, se detuvo. 
Bonnivet hizo lo mismo, y se encontró frente 
a ella. 
Ésta estaba como aturdida, anhelante, arrinco- 
nada en un ángulo que formaban las casas mal 
alineadas. 
—¡Eh, linda joven! ¡parece que os causo miedo! 
"dijo Bonnivet con voz alegre. 
—Seguid adelante, caballero, y dejadme seguir 
mi camino. 
—Sólo con una condición: la de que aceptéis 
mi brazo. Estas calles no son muy seguras. 
—¿Me prometéis no ser atrevido y obedecerme 
cuando yo os mande que me dejéis? 
—¡Os lo prometol—dijo él, ofreciéndola el. 
brazo. 
La desconocida se apoyó en él, pero llena de 
inquietud se volvía para mirar atrás con mucha 
frecuencia. 
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