bloqueado por Pedro Navarre, que acababa de ser
herido en uno de los ataques.
El Ladrón de Corazones se presentó ante este
famoso general, que fué el inventor del sistema
de las minas para tomar las poblaciones.
Navarre le entregó el mando de una parte de
sus tropas.
Paulino vistió de nuevo el uniforme militar,
forzó el asedio de la fortaleza, en la que abrió
una brecha, y obligó a su guarnición a capitular.
Cumplido este hecho de armas, sólo pensó en rea-
nudar su viaje hacia Pavía. Allí se uniría al rey
de Francia, y probablemente hallaría a Didier,
cuyo buen instinto le habría guiado hacia aquella
dirección.
Pidió permiso a Pedro Navarre, que le ofreció
su caballo, y, acompañado de dos caballeros, La
Risole y Merlin, se lanzó a todo galope camino
de Pavía,
Galopaba... galopaba...
Estaba impaciente por llegar. Era infatigable,
y no lo eran menos sus compañeros, La Risole
y Merlin. Más tarde, no lejos de la ciudad de
Binasco, donde pensaban pasar la noche, oyeron
varias detonaciones.
¿Qué significarían aquellas descargas ?
Allí no había guerra ni combate; sólo podía ser
un asalto de algunos bandoleros.
¡Pronto! ¡hay que intervenir para socorrer al
desgraciado a quien asalten, que quizá esté en
peligro de muerte!
El Ladrón de Corazones y sus compañeros en-
filaron sus caballos en dirección del sonido de
los tiros,
Es en la misma carretera, junto al bosque.
Los bribones acaban de asaltar a un coche.
Han matado a la escolta, que queda muerta,
atravesada en el camino. Pero el cochero sólo
está herido: ha caído rodando a los pies de sus
caballos. Aun pudo incorporarse con la ayuda de
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