y llamaba con deferente simpatía «el arquero
negro».
¡ Bah!—pensó el Ladrón de Corazones, -—segura-
mente le está pagando la bella Wanda su deuda
de agradecimiento. Estará con ella escondido por
algún rincón perdido, al abrigo de las miradas
indiscretas. Ella le hace feliz, y bien lo merece,
pues este héroe sin miedo tiene muy tierna el
alma... No pensaré en buscarle por ahora.
En aquel momento, el paso de un caballo que
se paraba tras él le hizo volverse, al mismo tiempo
que una voz conocida exclamaba:
¡Ehh «pEs el querido barón de la Garde!
¡Vizconde!—gritó el Ladrón de Corazones, —pre-
cisamente pensaba en vos en este instante.
Robur saltó a tierra, y ambos se abrazaron.
¿Pero cómo os veo así tan elegante, señor
mío ?—dijo Paulino, admirándole.
Es el uniforme de la guardia escocesa...
¡Os sienta muy bien, a fel tan bien como el
uniforme de alquero negro... Si no fuerais tan
austero os diría que íbais a realizar infinidad de
conquistas... Lo digo únicamente porque sé que
vuestro corazón está ocupado sólo por una imagen...
¿Dónde está la duques2 Wanda?
Más adelante os hablaré de ella. Me alegraré
con ello, pues aun la amo, y cada día más.
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Robur, por toda respuesta, enrojeció un poco.
El Ladrón de Corazones no insistió.
¿Adónde vais ahora?-—preguntó.
Á hacer mi primera guardia en la tienda real,
—¡Ah! ¡qué rabial
—¿ Por ¿qué?
—Por nada.
—¡Por algo será!
—¡Nada, nada; os lo aseguro!
—Sí, esto os contraría en algo, bien lo veo.
—Pues, en efecto, es porque tengo que realizar
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