ahora una misión del rey, y contaba con pediros
que me acompañaseis, pues es algo peligrosa.
—¿Peligrosa? Os agradezco que hayáis pensado
en mí, querido Paulino. Ya no hago guardia...
¡iré con vos!
¡No, eso es imposible! Conozco las exigencias
del servicio.
-¿A qué lugar vais?
-Al campamento del «condottiere» Vicente I'res-
cobaldi, con la orden de traerlo a presencia del
rey.
2 —¿Dónde está ese campamento ?
Aun no lo sé, pero me informaré.
Os será fácil hallarle, pues la reputación del
«condottiere» es grande en toda la comarca: la difi-
4 cultad está en que consigáis que venga. Se dice
«que es muy orgulloso.
-—Ya lo veremos; no puede comparársele al rey
de Francia.
—Tened la seguridad de que se cree su igual...
Lo casi igual a él. ¡Pardiez!—exclamó Robur,-—no
7 sabéis lo que siento no poder acompañaros...
No pensemos más en ello. Yo tendré a mi
lado a mi buen escudero Didier.
—Y, además, a vuestra excelente e invencible
espada.
; —¡ Invencible! eso es decir mucho... Pero en
fin, es una cariñosa amiga, no digo que no. ¿Te-
néis prisa, vizconde?
d- —Aun no.
—Entremos entonces-en mi tienda. Os ofreceré
una copa de cierto delicioso Lacrima Christi que
es capaz de poner alegre a una momia de Egipto.
—Un momento; mientras, ataró a mi yegua
«Golondrina» al tronco de este árbol.
—Tiene un bonito nombre vuestra yegua, —dijo
Paulino acariciando al fino y noble animal.
E —Es una alusión a su incomparable velocidad
Yo en la carrera.
30 Entraron en la tienda.
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