«A. nuestro fiel servidor el barón de la Garde de
»Jarzac.
»Andrea acaba de serme robada esta noche por
»malhechores desconocidos que han matado al cen-
»tinela y maniatado a la religiosa que la custodiaba.
»Esta joven, por la cual sentimos una viva sim-
»patía; quizá la hayan llevado otra vez al jefe de
»los «condottieri»... O bien ella es una víctima que
»es preciso arrancar de manos de sus raptores, a
»los que es preciso castigar.
»Conociendo vuestro valor y habilidad, os con-
»fiamos, querido capitán, esta misión que nos ha
»herido en el corazón como no sabría expresaros,
»Capitán, nuestro deseo es que vos traigáis a An-
»drea a nuestro lado, y, como siempre, contamos
»con vuestra adhesión a nuestra real persona.
IPRANCISCO.»
Durante esta lectura, Paulino dirigió algunas
miradas de reojo hacia Frescobaldi,
Éste permanecia impasible. Ninguna emoción
le turbó a causa de la lectura de la carta real y
sus graves noticias.
Ante esta actitud, la Garde sentía una duda que
le mordía el corazón.
Para que Vicente acogiera una noticia de tal
índole con semejante frialdad era preciso que él
la hubiese previsto... o conocido... o haberla pre-
parado él mismo...
¿Quién le garantizaba la sinceridad de este aven-
turero, de gran porte, es cierto, pero cuyo pasado
y su alma eran igualmente oscuros?
¿Quién le podía asegurar que el mismo «con-
dottiere» no había mandado recoger a Andrea
después de ofrecerla al rey para intentar hacer
caer al rey en un lazo?
La cara de Paulino era como un espejo donde
se reflejaban todos estos pensamientos.
Él no consiguió nunca disimular a nadie sus
ideas, y tampoco lo pudo hacer con Frescobaldi,
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