mento, quedaban encargados de interrogar y vigi-
lar los caminos de los pueblos que caían a la
parte norte del campamento francés.
Frescobaldi, con el Ladrón de Corazones, Méro-
vic y Didier tomarían el lado opuesto y llevarían
sus investigaciones hasta el mismo Pavía, para
proseguirlas por la parte sur del campamento.
Los valientes caballeros dieron batidas por los
bosques, los campos, y las ciudades: las recorrie-
ron todas, hasta las más miserables aldeas.
El campo que rodea a Pavía comprende una parte
llana y otra accidentada y pintoresca que rodea el
Tesino como una banda azulada.
Hacia esta parte, pues, dirigieron Paulino y
Vicente sus pesquisas, donde los repliegues del
terreno ofrecían seguro refugio a los que se
quisieran ocultar, y donde debían haber escondido
a Andrea.
Por todas partes hallaban vestigios de antiquísi-
mas viviendas habitadas por los ligures, y defensas
construidas tiempo atrás por las hordas godas.
No pasaron por ninguna que no fuese escrupu-
losamente examinada. En otros lugares hallaron
restos de las fortalezas que probablemente cons-
truyeron Breno y Aníbal.
Más allá estaban los soberbios bosques llenos
de frescas y poéticas sombras y de la canción de
los pájaros que allí anidaban.
—Aquí—pensó Paulino—quizá compuso Petrarca
sus bellísimos e inspirados versos a Laura cuando
habitaba en Pavía...
Caía la tarde lentamente, sembrando de sombras
misteriosas los caminos e impidiendo, por lo tanto,
las investigaciones.
—Soy de la opinión—declaró Didier—que a estas
horas es imposible encontrar nada... esta es la
hora precisa en que las gentes honradas se van
a cenar tranquilamente,
La glotonería del bravo escudero nunca cedía
sus derechos.