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EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
—¿Quién se atreve a oponerse aqui a lo que yo
quiero? —preguntó el comandante con cólera.
—Yo, González, tu socio, no tu esclavo. ¡Un
quinto de las presas pertenece al rey, el resto es de la
tripulación, y tú no tienes derecho más que a tu parte,
Bartolomé !
—¡Lleva razón!1—dijeron varias voces.
—¡Sea! Prometo a Santiago mi parte únicamente,
—accedió el jefe.
Pero su voz temblaba de furor cuando añadió:
—En cuanto a que se ponga en entredicho mi poder
absoluto a bordo, no lo consentiré, González. ¡Aquí
tienes la prueba!
Y de un hachazo, dado con una prontitud y un
vigor sin igual, Bartolomé hendió el cráneo de Gon-
zález, cuyos sesos saltaron por encima del empalle-
tado.
No hubo en la tripulación un gesto de protesta o
de piedad. Se inclinaban ante la justicia sumaria
del jefe de los bandidos.
—Y ahora, ¡a embarcar en los botes !—ordenó.—
Los quince hombres que están de guardia atenderán
al servicio a las órdenes del teniente Vázquez... ¡Que
aten una bala a los pies del cadáver y lo arrojen al
mar!
Veinte minutos después, cincuenta foragidos arma-
dos desembarcaban al otro lado de la línea de las
rompientes, y ponían los pies en la playa.
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HERMINIA DE ROQUEBRUNE
A orillas del Argens, el lindo río que desemboca en
el golfo de Fréjus, hay una colina cubierta de encinas,
de pinos y de olivos de troncos retorcidos, y que es
uno de los primeros contrafuertes de la cadena del
Esterel.