GEORGES. SPITZMULLER
Un tumulto, aun lejano, va aumentando y acer-
cándose: un tumulto formado por toques de trompa,
por ladridos, por relinchos, por gritos, por el chocar
de las armas...
Son los monteros y las jaurías del rey Francisco.
Se dirigen a la pradera que linda con el bosque, para
esperar allí la llegada del soberano y de sus caba-
lleros.
Mérovic es el que dirige este servicio, y hace ofi-
cios de montero mayor.
Suenan las trompas: el rey, la reina y un lucido
séquito de caballeros y de lindas muchachas se acer-
can al galope.
Todos los caballeros van armados con un chuzo.
La reina y sus damas, vestidas con lindos trajes
azul celeste, sonríen.
Una pica corta de ébano y plata constituye st co-
quetón armamento,
Los caballos son magníficos y están soberbiamente
enjaezados.
Al lado de la bondadosa reina Claudia de Fran-
cia iba una joven ataviada como la propia reina, y
con la que ésta hablaba más familiarmente que con
las demás damas de su séquito.
La reina la llamaba Wanda.
La princesa reinante Wanda 1II, duquesa de
Aralsen y Solingen, en Alemania, estaba en el campa-
mento de Francisco 1 en calidad de amiga de Clau-
dia y como coronel honorario de mil lansquenetes
que ella había llevado al rey de Francia.
Alta y esbelta, Wanda tenía un empaque verdade-
ramente regio. Su hermoso pelo negro, sus cejas
nutridas y arqueadas prestaban a su fisonomía una
expresión de orgullo no exenta de dulzura.
En su talle, un grupo de rosas ponía una nota púr-
pura.
—¡Juno y Venus reunidas en la misma persona!
-—murmuraban a su alrededor,
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