EL. CAPITAN LA GARDE DE JARZ:AC
—Bien sabía yo,—dijo con voz alterada, —que vos
- no érais como otros, como ciertos fatuos de Turena
o de París... Por eso os he elegido, os he elegido para
hacer de vos mi confidente, mi auxiliar.
—¡Ah, adorada mía!-—suspiró el vizconde de
Vaudrey.
—Sois el único a quien he confiado estas cosas...
estas cosas intimas y graves.
—Están encerradas en el arca de bronce de un
corazón ocupado por vuestra imagen.
—Pero—dijo la duquesa—no pensaréis acometer
solo las empresas heroicas que es he encomendado...
—Los amigos que yo tengo, señora, son de los que
Saben respetar los secretos de un caballero y abste-
nerse de interrogarle, ayudándole al mismo tiempo
con sus brazos, ¡y con sus almas de caballeros sin
miedo !...
Al salir de la tienda de la duquesa Wanda de
Aralsen y Solingen, Hugo Dacier permaneció un
instante sorprendido por la multitud de caballeros
Que, luciendo en su mayor parte magníficas arma-
duras o coletos ricamente bordados, se dirigían a la
tienda de Francisco de Valois o salían de ella.
—Es preciso—se dijo el escocés—que averigiie
en dónde podré encontrar al barón de la Garde. Tengo
que ajustar una cuenta con él.
En aquel momento vió al Ladrón de Corazones con
Su uniforme de capitán de guardias.
El barón iba a caballo. A su lado cabalgaba “el
8igantesco Mérovic, su teniente.
Los acompañaba otro jinete. Éste llevaba la gorra
Cscocesa, coronada por un avión con una rama de
acebo de plata; su gola, sus brazales y sus manoplas
£ran de magnífico acero damasquinado, y su casaca,
de terciopelo blanco, ostentaba una cruz roja bordada
€n oro. Un puñal de hoja ancha y muy afilada que
155