EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
Francisco 1, el Ladrón de Corazones y Didier, no
tenían ni un arañazo.
La marquesa d'Auberive y su fiel Micaela habían
desaparecido.
Una vez en la calle, dijo el rey, emocionado:
—¡Nunca olvidaré, barón, que os debo la vida!
—Esta acción lleva en sí misma su recompensa,
señor.
—Pensamos otorgarte otras, así como a este fiel
escudero cuyo rostro respira franqueza.
Didier, muy conmovido, sólo supo balbucear:
-—Señor, ¿qué no haría uno por Vuestra Majes-
tad?
—¿Qué haremos ?-—articuló Paulino.—¡Castigar a
Medina de Tormes, el autor de la asechanza ! ¡La
marquesa d'Auberive nos ha dicho el nombre de su
cómplice !
—¡Él l—murmuró el rey.
—Es preciso encontrarle,
—Pero—repuso Francisco I—una cosa me extra-
ña, capitán. ¿Cómo es que estabais esta noche en
casa de la marquesa? ¿Decís que también la cono-
cíais por el nombre de Petrilla Gilbert? ¿Ha repre-
sentado con vos la misma comedia que conmigo ?
—j¡Tal vez, señor! En todo caso había sabido ins.
Pirarme, al par que un capricho serio, un poco de
desconfianza y muchos celos, porque siendo tan
linda...
—j¡Ah! sí, ¡muy linda, demasiado linda, la mal-
dita! ;
En boca del enamoradizo soberano, aquella pala-
bra no tenía el carácter de un reproche, sino más
bien el de un homenaje, tanta impresión causaba en
él la belleza...
—Ahora bien, —continuó el Ladrón de Corazones,
Testa noche, rondando esta casa en cuyas ventanas
veía luz...
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