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GEORGES SPITZMUOLLER
Los soldados, despechados, visitaron las demás
habitaciones corriendo, cual verdadero torrente hu-
mano contenido por las paredes... Recorrieron la
casa de arriba abajo.
¡Nada!
Buscaron en el jardín: ¡nada tampoco!
Sin embargo, a la luz de las antorchas se veían
huellas de pasos.
Aquella pista iba a parar a una tapia al pie de
un árbol en espaldera.
El español debía de haber huido por allí, pero a
pie, porque el caballo estaba atado a la puerta de la
cuadra.
Inmediatamente, veinte jinetes salieron en su
busca, en todas direcciones.
¿Qué resultaría de aquella caza en las tinieblas?
Entretanto, el capitán la Garde entraba en el
cuarto del sitiado, seguido de Robur y de un sar-
gento de la guardia escocesa.
Apenas dirigió una mirada a los dos cadáveres.
Otra cosa acababa de atraer su atención,
En una mesa había una hoja de papel clavada
al tablón por un puñal.
La Garde de Jarzac se acercó intrigado
Lo que vió le dejó estupefacto, petrificado.
¡Era el acta de matrimonio del duque Medina de
Tormes con mademoiselle de Roquebrune!...
¡Tormes!
Al leer este hombre asociado al de Herminia un
recuerdo acudió a la memoria de Paulino de la
Garde.
¡Tormes!... La T misteriosa... la inicial encon-
trada en el sombrero del jinete desconocido sobre el
que hiciera fuego Mérovic en el bosque, cerca del
Argens...
Paulino sabía a la sazón quién era el hombre del
antifaz rojo,
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