EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
—Soy un pecador que espía... y que trata de repa-
rar con un poco de bien el mal que haya podido
hacer...
Al decir estas enigmáticas palabras, pasó una
sombra por la frente del anciano, en la que hondas
Y macerosas arrugas atestiguaban las tormentas del
pasado.
Pero se recobró en seguida, y ayudando a Her-
minia a levantarse la hizo sentar en el banco rústico.
Hasta entonces no vió la joven al Engendro, e
hizo un movimiento retractil ante aquel desconocido
que la contemplaba con ojos de adoración y" de
éxtasis.
—No temáis nada, —le dijo paternalmente el er-
mitaño.—Este muchacho es vuestro salvador.
—Mi...
—Sí, el valeroso mozo que os libró de la muerte
Cuando íbais a ahogaros en el Dróme... era él...
—¡Él!l—repitió Herminia levantándose para co-
gerle las manos en un rapto de gratitud.—;¡Cuánto
más agradecida le estaría si mi vida mereciese ver-
daderamente que la salvaran !
—No discutáis los designios de Dios, hija mía.
. Alla sazón Herminia miraba al muchacho con un
Interés afectuoso que hería su modestia.
—Pero,—dijo la joven en seguida dirigiéndose a
CL —¿cómo pudisteis?... ¿Por qué milagrosa casuali-
ad os encontrabais allí cuando aquellas gentes me
Precipitaron al río? q
—Soy el hijo del carcelero de Die, —respondió
Juan Noél en voz baja, y como avergonzado de la
Confesión de ignominia original. —Sabía lo que mis
Padres tramaban contra vos... Presencié el atentado...
Cro ¿cómo pudisteis, amigo mío, sacarme de ese
Profundo río?
A a joven miraba 'con asombro sus brazos flacos y
- SU cuerpo contrahecho, y no concebía que un ser tan
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