EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
—¿Por qué, Didier?
“—No sabemos qué dirección ha tomado, Nadie ha
podido darnos noticias de él...
—Perdona, en Die hemos sabido que José Cam-
Pador, el alter ego del español, está detenido como
cómplice de espionaje, y que sufrirá otra vez el tor-
Mento...
—¡Bien merecido se lo tiene!
—Sí, pero entretanto no es fácil atrapar a Me-
dina. Hace cuatro días que recorremos en vano el
Delfinado. Lleva demasiada delantera... Nos cansa-
mos inútilmente, y apenas tenemos tiempo de tomar
Un bocado... Haríamos muy bien en dar media vuelta
Y regresar al campamento.
—Regresa tú, si quieres, amigo mío. Yo no te
detengo, —dijo Paulino de la Garde espoleando a su
Montura.
Y el capitán Ladrón de Corazones hizo un irónico
emán de despedida a su escudero, al mismo tiempo
que gritaba:
—i¡Terréol! ¡Terréol!
Un suboficial de caballería ligera se destacó de la
Compañía de soldados que seguía al capitán, y se
€ acercó, saludándole,
Era un veterano de barba canosa, de rostro inquie-
tante, todo lleno de cicatrices, uno de esos hombres
Que se han convertido en soldados como podían
laberse hecho bandidos, y quizá después de haber
Sido esto último,
Tenía unos ojos insolentes y crueles, que bajó ante
A mirada penetrante y directa de Paulino,
Mi capitán,—anunció Terréol,—ya está hecha
la distribución en secciones.
—Bien,
. El Ladrón de Corazones dispuso a los jinetes e
Infantes en semicírculo, por grupos de veinte, apo.
Judo los infantes a los Jinetes que iban de explora-
Ores,
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