GEORGES SPITZMOLLER A
'A cada grupo le trazó un itinerario. A
Hecho esto, dijo:
—A mediodía estaréis en el cerro de la Cruz Alta.
Andad, hijos míos, registrad, batid, buscad y en-
contrad al español! ¡Le necesito a toda costa! ¡Ha-
brá un buen premio!
É —¡Viva el capitán !—aulló Terréol, acometido de
repentino entusiasmo, poniéndose de pie sobre sus
estribos.
El mismo viva delirante fué repetido por toda la
tropa. El Ladrón de Corazones era adorado por sus | 1
soldados. Admiraban su arrogancia, su decisión, su ]
| rigurosa justicia. y
(e Reconocían en él a un verdadero jefe.
Separáronse los grupos. Los lansquenetes y los sol- q
» dados de caballería se dispersaron por la campaña.
Ñ Paulino continuó galopando, acompañado de Di-
y dier, mirando a todos lados, interrogando el hori- ]
zonte, buscando entre los troncos, escudriñando la 3
espesura, contando casi las ramas y las hojas de los
árboles.
0 ¡Ay! ¡Medina no parecía !...
El agente del rey Fernando de Aragón y de Cas-
j tilla había tomado el camino de Ginebra, en los antí- q
podas de la carretera de Die.
Ed Pero, para saber esto, hubiera sido preciso ser el
ho diablo... o el propio Medina, su amigo...
Al mediodía, el grueso de la fuerza lanzó al aire
de los sones de sus clarines, que repercutieron en toda
ell la montaña.
08 No era otra cosa que la señal de la comida, no
«de la de la victoria.
El resultado de las pesquisas había sido negativo.
Los hombres sacaron provisiones de sus mochilas,
comieron, y descansaron. ]
PE Echaron a andar de nuevo a eso de las tres; ya 1
TN había pasado entonces la fuerza del calor, A
j
2.
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