EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
Salvada... sí, del primer pel.gro.
Pero un nuevo peligro más inmediato, más terrible,
amenazaba a su protegida.
¡El fuego!... ¡La humareda asfixiante!
¿No le había ofrecido el sacrificio de su vida más
que para verla morir entre las llamas?
Entonces fué cuando el pobre niño comprendió
cuánto amaba a aquella a quien veneraba como a
una divinidad.
Era preciso obrar rápidamente.
La joven, postrada, esperaba la muerte que la
cercaba por todas partes.
¡Y las llamas iban ganado terreno!
Casi llegaban hasta la joven, que desfallecía ya,
sin aliento.
Entonces Juan Noel, el débil, la desdichada y
mísera criatura, recibió el impulso de un vigor des-
conocido,
Su abnegación pasó de su corazón a sus brazos,
Y, fuerte con la fuerza que cual incomparable palanca
le prestaban su heroísmo y su ternura ignorada,
cogió a Herminia por el talle, la levantó...
Ni sentía el agotamiento producido por la pérdida
de sangre, mi sus crueles heridas, ni el aire viciado
en el que en vano buscaban sus pulmones aire res-
Pirable.
Le sostenía una energía repentina que emanaba de
su adoración, de su piedad.
—¡Dios mío !—murmuraba,—¡dadme fuerzas para
salvarla!
vI
EL MÁRTIR
A la sazón, los esbirros de Terréol golpeaban furio-
Samente la puerta de la capilla.
Marfurius, el germano, le dió un empujón formi-
dable.
205