EEXHAPITAN DASGARDE:- DE: TARZAC
Éste ha dado en el blanco.
La marquesa se desploma, muerta de un tiro de
pistola de rueda... Ha muerto rezando...
—¡ Abuela !... ¡Abuela !...—grita Herminia.
Quiere levantar a la adorada anciana, pero se siente
cogida por la cintura, y, no obstante su desesperada
resistencia, arrebatada, arrastrada por unos brazos
potentes.
—¡Que aten a un árbol a esta paloma furiosa !-—
ordena la voz autoritaria de Bartolomé el Tuerto.
—¡Quiere reservarse para sí-la pichona !-—mur-
mura Morales.—¡Ya lo veremos!
—¡Ayúdame, Morales!
Se cumplió la orden. A pesar de sus esfuerzos,
los cuatro brazos robustos ataron a Herminia al
tronco de un álamo, delante de la casa, con una
cadena.
La voz de Bartolomé acució de nuevo a la cuadrilla.
—¡Ahora, camaradas, robemos y saqueemos! El
castillo es nuestro, en él hay botín... ¡Pero démonos
prisa, aun tenemos que incendiar esta noche tres
granjas !...
—Y que desollar vivos a algunos aldeanos, —
agregó Zúñiga, —así se pasa el rato...
—No olvidéis, corderos míos,—continuó el jefe,—
que tengo orden de cometer el mayor número posible
de saqueos. Es preciso enseñar a estos condenados
franceses lo que sabemos hacer.
—¡Si!l ¡Síl—gritaron los otros.
Luego, señalando el cadáver de la marquesa, aban-
donado allí, agregó el corsario:
—La vieja no ha indicado en dónde tiene sus arcas,
pero ya las encontraremos sin su ayuda... ¡Vamos, a
trabajar, lobeznos, y luego mos divertiremos! La bo-
dega y la despensa del castillo deben de estar bien
provistas... ¡Vamos!
Un rugido de feroz delirio le respondió.
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