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GEORGES SPITZMOLLER
XI
LA IDEA DEL LADRÓN DE CORAZONES
Aquel día, el 22 de agosto de 1515, el Consejo
del Rey se hallaba reunido en pleno en su tienda.
Sentábanse en torno del rey: el duque de Borbón,
el señor de Bayardo, el duque de Gueldre, el maris-
cal Chabannes, el duque de La Trémouille, el conde
de Saint-Pol, Gouffier de Baumont, Pedro Nayvarre,
Pedro de Rotrán, Bussy d'Ambois (el abuelo del que
murió en la época de Enrique 111), Galiot de Ge-
nouillac, y otros caballeros tan prestigiosos como
ellos por su nobleza o sus hechos de armas.
De pie a la entrada de la tienda, y con la espada
desnuda en la mano, estaba, en su calidad de coman-
dante de guardias, el capitán la Garde de Jarzac.
— ¡Señores l—articuló el rey, —arreglemos ante todo
la cuestión del Milanesado, la que nos ha congregado
aquí, en el Grésivandan. A propósito de esto, señores,
¿que tenéis que añadir?
—Señor,—añadió Bayardo,—los ocho mil hom-
bres reclutados en Provenza están dispuestos
a salvar la frontera a fin de operar, gracias a nuestra
alianza con la república de Génova, una útil di-
versión.
—Muy bien, querido caballero,—aprobó el rey, —
¿Qué más?
El duque de La Trémouille se levantó:
—Vuestra Majestad debe saber que los suizos, en
número de treinta mil, interceptan el paso de Sure,
por donde nosotros queríamos pasar. Ocupan con
fuerzas importantes los desfiladeros del monte Gine-
bra y Abries, y los hacen infranqueables.
—¿Estáis seguro de eso, La Trémouille?
-—Completamente seguro... Los informes de nues-
tros espías, —ya sabéis que este servicio me in-
cumbe,—son categóricos. A la sazón es imposible cru-
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