EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
—Eso es. No haría, por lo demás, otra cosa que
volver a ir por donde iba antes, porque no hay duda
que en otro tiempo debió ocurrir un cataclismo en
estos parajes y modificar su curso... ¿Comprendes ?
—Comprendo... sin comprender...
—Cuando todas estas peñas desaparezcan de aquí,
¿no ves qué fácil les sería a los zapadores del señor
Galiot de Genouillac abrir un paso para el ejército
por ese río y hasta por debajo del dique heradado?...
¡Ahí tienes todo el secreto, amigo mío!
—¡Vive Dios! ¡monseñor, es admirable! ¿De
modo, que vos lo sabéis todo?
—Siempre he sido observador; ya ves que eso es
útil a veces...
Desde hacía unos instantes, Mérovic observaba
el paisaje, que era de una belleza maravillosa.
Ante él se extendía un inmenso valle tapizado de
césped y cerrado por azuladas montañas. Sobre este
valle flotaba, semejante a un velo de gasa, el
blanco vapor de lejanas cascadas. Los suspiros del
viento, el canto de las aves y el murmullo de los
riachuelos formaban una sinfonía deliciosa y dis-
Creta.
—¿No os parece, capitán, —dijo Mérovic tras de
un instante de silencio, —que una colina, a una
media legua de aquí, cierra el paso al río? Ved esa
altura: sobre la cual se alza una torre,
—¿Una torre?—articuló el Ladrón de Corazones.
—No. Es una peña que afecta esa forma... Es evi-
dente que el río bordea la colina.
—AÁ menos que pase por debajo...
—¡Demonio! ¡Ahí tenéis una cosa que echaría
Por tierra nuestro plan!... Vamos, Didier, tú que
_tienes ojos de lince, ilústranos...
—Ya miro. No hay duda, es una torre que do-
mina esa colina. En cuanto al río, no bordea el obs-
táculo, y se pierde en ese paraje, probablemente
én un paso subterráneo.
237
a