EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
En aquel momento, el mariscal Chabannes y. el
conde de Saint-Pol penetraron en la: tienda real.
—Señor, perdonad nuestra prisa, —dijo Chabannes.
—El enemigo se prepara a atacarnos...
—¿Estando aún aquí sus embajadores?
—¡Ah! ¡señor, ya no están aqui! Acabamos de
gncontrar a los señores Ursus, Kadich, Vanonitelli
y Ambrosio Tulli que, seguidos de los suyos, huían
a galope tendido.
—¡Bah! ¡dejémosles Correr, y viva la guerra!...
¡Montjoie y Saint-Denis, señores !
—¡Sí, Montjoie y Saint-Denis !—repitieron en el
mismo instante La Trémouille y Bussy-d'Amboise
que llegaban.
Los dos ejércitos franceses que se habían reunido
en Marignan iban a marchar sobre Milán.
Acampaban en la península formada por los ríos
Oloma y Lambro, al oeste de Milán y a vista de la
ciudad de Malegnano (que los franceses llamaban
Marignan), cuando se produjo la ruptura de que
acabamos de oir hablar.
He aquí lo que había pasado:
Cuando Matías Schinner, el anciano cardenal de
Sion, conocido por su ardor bélico, supo que se había
Empezado a tratar de la paz antes de combatir,
Corrió al campamento de los suizos.
— ¡Cómo !—gritó,—¿sois los hijos de los solda-
dos de Grandson y de Morat? Hace treinta y nueve
años aplastabais al terrible Carlos el Temerario y a
su poderoso ejército... y tal vez haya aún entre
Vosotros alguno que tomara parte en esas gloriosas
batallas.
—¡Sí, sí, estuvimos en ellas I—gritaron varios vete-
Tanos de blancas barbas, blandiendo sus picas.
—¡Pues bien! camaradas, amigos míos, hermanos,
¿podéis, sin vergiienza, declararos vencidos antes de
luchar? ¡Eso se llama cobardía!
Se oyó un murmullo,
241