EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
Y por todas partes se oyó el grito fatal de «¡Sál-
vese el que pueda!» Luego, la derrota fué .propa-
gándose a los demás batallones helvéticos...
La artimaña del Ladrón de Corazones había dado
buen resultado.
Cuando llegó, una hora después, el verdadero ejér-
cito de Venecia, enemigo de Sforza y aliado de Fran-
cisco I, un ejército de seis mil condottieri, pudo coger
abundante cosecha de prisioneros y entregarse al
Saqueo de la impedimenta enemiga.
Aquel mismo día, entre el entusiasmo de las tropas,
ebrias de gloria, Francisco 1 fué armado caballero
en el campo de batalla por Bayardo, el caballero sin
miedo y sin tacha.
Bayardo, como siempre, había hecho prodigios
a la cabeza de la compañía del duque de Lorena.
Montaba su caballo Caraman, soberbio animal del
que se apoderara él en Brescia, y al que hirieron,
Mevándole a él encima, en Rávena. Los sones de los
Clarines en las batallas enloquecían a Caraman, que
recogía con los dientes las espadas que veía en el
Suelo, como para servirse de ellas. Con semejante
montura, Bayardo se sentía invencible.
Sus hazañas habían sido tan estupendas que el rey
no quiso recibir sino de él las espuelas de oro, en la
Misma tienda en que acababan de dedicar un recuerdo
a los muertos: d'Imbercourt, el conde de Saucerre,
el señor de Mony, Bussy d'Amboise, el príncipe de
almont, Garancy, Chabellart, Druicourt, Juan
twart, y tantos otros que no volvería a ver la her-
Mosa Francia...
En presencia del condestable de Borbón, de los
duques de Lorena, de Saboya y de Terrasa, de los
Mariscales Trivulce, d'Aubigny, La Palice y La
Prémonille, Bayardo desenvainó su espada, dió con
ella tres golpes en el hombro del rey arrodillado, y
1Jo, como se decía en otro tiempo: