GEORGES>SPITZMULLUER
XVII
EN EL CAMINO DE ANTIBES
Dos semanas después de todos estos sucesos, un
coche cerrado caminaba por la carretera de Fréjus
a Antibes.
Era una de esas hermosas mañanas de septiembre,
que en aquel país bendito del sol revisten un esplen-
dor desconocido en los climas septentrionales.
El Mediterráneo se engalanaba con tonalidades deli-
cadas, tenía mimos de enamorada.
A lo lejos, el azul ofrecía un matiz uniforme en el
que se esfumaba la línea del horizonte. De suerte
que no se sabía si el mar subía hasta el cielo o si el
cielo bajaba hasta el mar...
Acá y allá veíanse blancas velas latinas que pare-
cian inmóviles bajo la brisa, y bandadas de gaviotas
que rozaban con su contacto ligero, aéreo, las rocas
de la orilla orladas por una estrecha franja de es-
puma.
El sol estaba ya alto. Pero a pesar de la hora, a
pesar de todas las seducciones de la estación, el
coche que iba hacia Antibes permanecía obstinada-
mente cerrado, con las cortinillas corridas y los
cristales levantados.
¿Tenían interés en ocultarse las personas que lo
ocupaban?
¿O bien transportaban en el carruaje alguna rara -
y preciosa mercancía por cuenta de una partida de
contrabandistas?
En su pescante, el cochero fustigaba frecuente-
mente a sus caballos, como deseoso de llegar pronto
al término de su viaje. Miraba a su alrededor con
inquietud, cual si temiese un desagradable encuentro.
En una curva bastante brusca, uno de los caba-
llos se enredó en los tirantes. El cochero paró el
coche, y se apeó para desenredarlo.
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