EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
A pesar del aplomo que se esforzaba en conservar,
no pudo ocultar una ligera turbación a las miradas
Penetrantes de Istria.
Éste sonrió con expresión astuta.
—¡Per Dio !—articuló.—La Providencia me ha de-
parado hoy un encuentro feliz, doblemente feliz, pues-
to que tengo delante a una mujer perseguida por la
autoridad real... ¡y esta mujer es seductora!
Herminia había palidecido al oir las primeras
Palabras.
La alusión contenida en las segundas la hizo en-
rojecer,
—Monseñor,—dijo con altivez, conteniendo su emo-
Ción,—podéis hablarme como a enemiga; no intento
negar; al contrario, deseo que me llevéis ante el rey,
al que explicaré todo... ¡Pero no os reconozco el
derecho de juzgarme en términos ofensivos para mi
dignidad !
—¡Bah!—replicó Horacio de Istria, cuyos ojos
despidieron repentino fulgor al detallar a la joven.
T— ¡Sois muy quisquillosa para andar sola por los
Caminos; porque a este chiquillo no le cuento!
Y señaló a Juan Noel.
Herminia respondió con voz enérgica:
—Voy a reunirme con mi prometido. ¡Si estuviera
a mi lado, sería muy distinta vuestra actitud, segu-
lamente !
—¡Vuestro prometido!... ¿Vuestro prometido,
Señora duquesa de Tormes?...
—No es ésta la ocasión de daros explicaciones, —
Yeplicó Herminia con un desdén que al ilustre per-
Sonaje le pareció una enorme falta de respeto.—Lle-
Vadme a la presencia del rey de Francia, os lo repito.
Wero justificarme ante él.
—¡Ay! creed que lo siento, señora, —dijo Horacio.
TAhora no voy a ver al rey de Francia. Me dirijo
a Venecia a toda prisa por los caminos menos fre-
273