GEORGES: SPIITZ2MULLER
Bartolomé contempló un instante al vencido, que
había palidecido súbitamente, y agonizaba, echando
sangre a borbotones por la boca y conservando los
ojos abiertos, como para mirar por última vez, en
torno suyo, la vida que le abandonaba para siempre...
Porque estaba mortalmente herido, demasiado lo
comprendía.
Y en aquel minuto todo su ser se estremeció de
angustia y de rabia.
La sangre dejó de pronto de correr sobre el coleto
de ante. Un coágulo acababa de ahogar repentina-
mente a Morales.
Sus brazos cayeron inertes a lo largo de su cuerpo
inmóvil.
Estaba muerto...
Bartolomé lanzó un ronco y bestial grito de triunfo,
Sin ocuparse de su herida, se volvió hacia el sitio
en que abandonara a Herminia poco antes...
—¡La hermosa es mía!... ¡Mía!
Pero el rugido de alegría se trocó en exclamación
de sorpresa y de cólera.
¡En la capilla no había nadie!
Mademoiselle de Roquebrune había desaparecido.
. . . . . . . - . . . . . . . . . . .
En el mismo instante, una explosión formidable
estremeció el castillo.
Hubiérase dicho que eran veinte truenos resonando
a la vez.
La capilla retembló en sus cimientos, y todos los
vidrios se rompieron.
Bartolomé, aterrado, miró un instante a su alrede-
dor, se palpó y vió que estaba ileso.
Entonces, acuciado por la inexplicable conmoción,
se subió a un banco, se encaramó a una de las venta-
nas, se lanzó afuera, y echó a correr como un loco
hacia el cuerpo principal del castillo que ardía.