e EVO ml
EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
Oyóse un murmullo.
Felino Gritti estaba pálido como un espectro.
—Guardias, llevaos al condenado,—ordenó con voz
Sepulcral.
El «acusado» de un momento antes era ahora el
«condenado»,
¡Imposible mostarse más expeditivo que el Consejo
de los Diez!
Paulino dió algunos pasos entre los dos esbirros
£ncargados de vigilarle,
Al llegar a la puerta se volvió, y con su voz fuerte
Y clara, alta la frente, dijo:
—Señor dux, y vos, senador Caffarini, conozco los
Nombres secretos que os-hacen proceder contra mí,
Extranjero y soldado de un monarca poderoso que os
Pedirá cuentas de mi muerte...
—Nunca la sabrá...—murmuró uno de los jueces.
El Ladrón de Corazones prosiguió:
— ¡Vuestro rigor no es otra cosa que una venganza,
dux Felino Gritti y senador Caffarini! Tranquilizaos,
Callaré su origen. El honor de caballero me impone
el silencio. Pero espero, por lo menos, que vuestras
Tepresalias sólo a mí alcancen, sólo a mí... ¡Mi san-
£re debe bastar para apaciguaros!... ¡Adiós, señores !
Y Paulino salió, con una altivez y una majestad
pes», que él parecía el juez, y los otros los condena-
Os.
IX
LOS DOS ESBIRROS
La prisión de Estado estaba unida al palacio ducal,
—en el que se celebraban las siniestras sesiones del
Consejo, —por el puente de los Suspiros... ¡ese pasa-
dizo siniestro en el que han resonado los lamentos de
lantos desgraciados!
319