GEORGES SPITZMOLLER
Al salir de la sala del Consejo, los dos guardias
que daban escolta a Paulino pasearon la vista en vano
por todas partes.
Evidentemente, alguna persona a la que espera-
ban ver no estaba allí.
Y entre ambos se entabló entonces el siguiente diá-
logo, en presencia del condenado, indiferente en
apariencia a todo lo que pasaba en torno suyo.
Esbirro primero.—¿No ves al procurador de Bel-
monte?
Esbirro segundo.—Por más que miro no le
veo, ni a los pasantes que le acompañan siempre para
ayudarle en sus tareas... -
Esbirro primero.—Pues debía estar aquí.
Esbirro segundo.—Como de costumbre, cuando hay
condenas, debe encargarse de sus «clientes» para
llevarlos por sí mismo al calabozo.
Esbirro primero.—¡Oh! conozco al procurador de
Belmonte. Estará entretenido con alguna linda flo-
rista de la plaza de San Marcos. :
Esbirro segundo.—O con alguna tabernera de los
alrededores de la Giudecca.
Esbirro primero.—A menos que esté con una gran
señora. No me chocaría... ;
Esbirro segundo.—A mí tampoco.
De sus labios se escapó una risa ahogada.
Esbirro primero.—¿Qué hacemos, mientras viene ?...
Esbirro segundo.—¿Nos volvemos a la sala del
Consejo?
Esbirro primero.—¡A fe mía que es un fastidio
tener que esperar al procurador de Belmonte! 3
Esbirro segundo.—Yo tengo ahora precisamente. q
una cita de amor con mi amiga Marietta, 3
Esbirro primero.—Y yo con mi amiga Genoveva»
Esbirro segundo.—Voy a llegar demasiado tarde»
Esbirro prímero.—Como yo.
o AS A
¿A
AA nn
—
320