EL CAPITAN LA GARDE DE JARZAC
Esbirro segundo, —Si por lo menos supiéramos si hay
que llevar al condenado a los Pozos o a los Plomos...
Esbirro primero.—Sí, pero no sabemos nada...
Esbirro segundo, —¡Oh! para él lo mismo es una
cosa que otra.
Esbirro primero.—En fin de cuentas, el chapuzón
en el canal...
Paulino conocía lo bastante el italiano para com-
prender en parte este diálogo.
Al oir la última y fúnebre alusión no pudo repri-
mir un ligero estremecimiento a flor de piel.
¡El canal! ¡El canal Orfano... en el fondo del cual
duermen tantos cadáveres, con una piedra o una bala
a los pies para que nunca suban a la superficie!
¡El canal Orfano, en el que les estaba prohibido
a los pescadores echar sus redes, por temor a algún
lúgubre hallazgo!
Esto era lo que le esperaba a Paulino de la Garde.
Permaneció pensativo, un poco triste, ligeramente
pálido su rostro agraciado,
Tan joven, tenía que morir... dejar a sus amigos
abandonar aquella noble profesión de las
¡decir adiós al amor !...
Al pensar esto, vió pasar ante sus ojos, ya abiertos
al más allá, el dulce y poético rostro de Herminia
de Roquebrune...
Oyó las palabras de Robur sobre «el amor sa.
grado»...
Y a sus ojos asomó una lágrima...
Entretanto, los dos esbirros se consumían de im-
Paciencia, esperando en vano al procurador de Bel.
Monte, que seguía sin ir a buscar al condenado, y
A los ayudantes que debían escoltarlo,
Evidentemente, el magistrado debía estar muy ocu-
Pado, cuando faltaba de esta suerte a los deberes
Que le imponía su cargo.
—Mira,—dijo al fin el primer alguacil a su com-
Pañero,—voy a ir a buscar al procurador,
armas...
LL El oapitán 321
A
AA A
E
E
PS A