GEORGES =S-PEEEMOEDER
¡Herminia!
Clavado un instante en el suelo por el estupor,
corrió en seguida hacia la joven cuya aparición le
causaba una turbación singular.
-¡ Herminia!
Y le tendía los brazos...
Ella plegó los suyos, y volvió a otro lado la
cabeza...
Luego, fijando en Horacio sus ojos asustados y
suplicantes, preguntó:
-—¿Qué me quiere este hombre?
IV
LA TRÁGICA SORPRESA
Horacio d'Istria contemplaba esta rápida escena
con expresión sombría,
¡Comprendía! 1
Ante sus ojos se desgarraba un velo.
Ei prometido... ¡aquel prometido que antes lloraba
la joven, estaba allí!
Pero Herminia no le conocía. :
Obedecía la orden dada por la voluntad domina-
dora del médico, la orden que había penetrado hasta
los repliegues más oscuros de su conciencia,
Sí, lo había olvidado todo: su pasado, su vida, sus
esperanzas, su amor... todo, ¡hasta la fe de su
corazón!
Herminia de Roquebrune .estaba completamente
muerta para el mundo, puesto que ya no conocía al
amigo tan amado en otro tiempo...
Pero él la reconocía...
Y esto era lo terrible para Horacio.
—Caballero, —articuló Paulino presa de viva emo”
ción, —¡esta niña es mademoiselle Herminia des
Roquebrune, mi prometida!
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