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EL CAPITÁN LA GARDE DE JARZAC
das y las armaduras al entrechocarse, los gritos de los
caballeros y los relinchos de los caballos.
Pronto cesó la lucha, y fueron recogidos del suelo y
97 los combatientes caídos, las lanzas rotas, los caballos
muertos...
Las trompetas sonaron nuevamente. Había termi-
nado la primera justa.
Cuando se extinguieron los últimos sones de los
clarines, el palenque estaba completamente vacío.
Se hizo un gran silencio.
L En aquel momento se adelantaron dos caballeros.
E Ambos llevaban el casco de acero con la pluma
y blanca y la visera calada. Ambos, altos y esbeltos,
E tenían ese empaque y esa arrogancia que denotan una
elevada alcurnia.
El uno llevaba, atada a su espada, una rica banda
violeta y blanca,—los colores de la reina. Además,
su armadura, obra de un cincelador italiano, era una
maravilla por la riqueza del material y lo artístico
del trabajo.
El otro caballero, cuya armadura era menos rica,
llevaba una espada a cuyo puño se anudaba una banda
de crespón negro, sin ningún adorno.
A la señal dada por Bayardo y el mariscal Cha-
bannes, los dos mantenedores se saludaron cortés-
mente con la espada.
Y a una segunda señal, pusieron las lanzas en
ristre, se acercaron los escudos al pecho y refrenaron
vigorosamente sus caballos.
d A la tercera, se precipitaron el uno contra el otro,
eE con el cuerpo inclinado hacia delante y la punta de
la lanza a la altura del pecho.
Se encontraron en medio de la liza. La violencia
del choque fué tal, que las dos lanzas volaron en
pedazos, y el caballo del caballero de la banda vio-
leta estuvo a punto de caer. Su amo tuvo que co-
gerse al arzón para mantenerse en la silla,
Comenzó la segunda parte de la lucha.
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