GFORGES SPITZMULLER
Señor caballero—, declaró gravemente—, he oido
ablar de vos con frecuencia; siempre os he tenido por
n excelente soldado y un caballero leal. Cualquiera
que sea vuestro deber, tengo la seguridad de que le
cumpliréis.
Éste le cumpliré mal, ¡porque no me agrada hacer
oficios de esbirro, qué diablo!
Dassigny le corrtempló con asombro,
Si he oido bien, caballero—, dijo—, ¿soportáls
dificilmente el hallaros a disposición del Parlamento
de Tolosa?
— DÍ contestó entre dientes Lusignan.
-Sin embargo, fué el mismo rey quien os otorgó
vuestro despacho y vuestro empleo.
¡Cierto! ¡Pero Su Majestad debe ignorar en lo
que éste consiste! Es im] ¡ble que un caballero como
nuestro amado rey Francisco, ¡a quien Dios guarde!
condene a un soldado a servir a unos...
El capitán se interrumpió de repente,
Fué el magistrado el que acabó la frase, sonriendo
por primera vez desde hacía una hora.
A unos golillas, ¿no es verdad?
¡Vive Dios! ¡Vos habéis pronunciado la palabra!
¡Bien puedo confesaroslo a vos, que tenéis tan poco de
golilla!... ¡Ah! ¡Me hierve la sangre al pensar que
un oficial de Su Majestad tiene que. servir de carce-
lero a un hombre digno de ceñir espada y calzar
espuela!
Dassigny, que poco antes parecía no oír mi ver nada,
recobró a estas palabras toda su energia.
Gracias, mi querido capitán—, pronunció grave-
mente-—, por juzgarme así. Vuestras palabras denotan
un corazón afectuoso y esforzado... ¡Y no podéis figu-
raros cuánto bien me han hecho, y hasta qué punto
me han devuelto la confianza en mí mismo! ¡Ah!
caballero, es que también yo he llevado esa espada,
132