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prohibo mataros... antes de mi regreso... -añadió
riendo—. ¡ Después, ya veremos
El capitán iba a salir. Retrocedió.
A propósito—, dijo ese papel, ¿qué contiene!
-El relato exacto de la acogida que me hizo el
conde de Forx y del trato que el escribano y yo rel gw
bimos en el castillo... relato que luego desfiguré y
falseó ante la Sala... siendo así que había prometido...
Está bien... ¡Hasta mañana, amigo mío!
¡Hasta mañana !-—repitió d' Assigny, conmovido
hasta el fondo del alma.
Sus manos se estrecharon. Y, con una sonrisa afec-
tuvsa y alegre, el capitán salió de la estancia en que
acababa de desarrollarse esta escena emocionante.
El magistrado dió algunos pasos, como para correr
tras él y detenerle. Al llegar a la puerta se detuvo,
y se dejó caer en una silla, murmurando:
¡Qué corazón tan noble! ¡Dios mío! ¡Protegedle
en su viaje!
Envuelto en una larga capa oscura, que ocultaba su
uniforme, Santos de Lusignan, seguido de su escudero,
galopaba por el camino de Foix.
¿Llevas la cuerda, Trophime?
—51, señor.
—¿La lima?
La llevo.
-—¿Los eslabones?
— También.
—¡Entonces, pica espuelas !... ¡Firmes !...
Se lanzaron a todo escape camino adelante, y no se
detuvieron hasta hallarse a una gran distancia de
Tolosa.
Después de un corto descanso, y de caminar un rato
al paso para dar respiro a las bestias, los dos hombres
continuaron su camino a buen andar. Trophime dor-
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