E
¡Ah!... ¡en ese caso, que el Parlamento de Tolosa
fuerce las puertas del castillo !.... Los soldados del rey
no tomarán parte en esa hazaña...
¡Cáballero ! exclamó Vernerel, dominando su
cólera
Los servidores del rey, caballero, no entran
violentamente en una casa vacia y cerrada, cuando el
propietario de esa casa es uno de los primeros caballe-
ros de Francia y un súbdito fiel y le al de Su Majestad.
No OS corresponde a. YOS, caballero , replicó
Vernerel con frialdad—, juzgar y discutir cuando yo
mando... Estáis aquí para obedecer.
—Y, sin embargo, señor presidente, tened la seguri
dad de que no ejecutaré vuestr: órdenes.
—¡Daré cuenta de ello al Parlamento!
—¡Yo apelaré a Su Majestad!... Tengo el honor
de saludaros, caballero.
Luego, volviendo la espalda al magistrado, Lusignan
se dirigió hacia sus s dados, que esperaban a algunos
pasos de distancia inmóviles.
A una orden suya, los caballos dieron media vuelta,
con maravillosa precisión.
—¡Al trote! ¡marchen ! -gritó en seguida el oficial.
Y en tanto que la pequeña fuerza obedecía, el joven
saludó a d'Assigny con la espada, y corrió a ponerse
al frente del pelotón.
Vernerel contemplaba esta escena sin decir palabra,
fruncido' el ceño, torva la mirada. Aquel hombre
autoritario, y tan celoso de su poder, sentía una rabia
indecible
Se dominó, sin embargo, y dirigiéndose a Jeantoux,
le preguntó:
—Señor senescal, ¿no sería posible solicitar la ayuda
de la gente de la villa para entrar en este castillo?
51 tal, señor presidente—, contestó el otro con
una oficiosidad extremada.
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