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4 en Toledo, no habla en estos momentos a Carlos de
4 Austria, como vos me estáis hablando?
—¡Oh! ¡Señor !—exclamó Bibiena, escandalizado,
Voy a tranquilizar con una palabra a Vuestra Majes-
tad. Su Santidad se propone enviar a Francfort al
obispo de Reggio, Roberto de los Ursinos, que siempre
ha sido muy afecto a Francia y a vuestra persona,
—No lo niego.
4 —Estará a vuestras Órdenes, y favorecerá con todo
celo la acción de los agentes de Vuestra Majestad.
E —¡Ved una cosa de buen augurio!
, Lo que el cardenal no decía era que, en realidad, el
plan del papa era este:
Hacer como que apoyaba la candidatura de Fran
cisco I, pero trabajar bajo cuerda, para lograr le ex-
clusión de los dos competidores; después, tratar de
hacer nombrar a uno de los electores, o a cualquier
príncipe alemán.
Tal era la táctica de la Santa Sede.
Ello no fué obstáculo para que Bibiena aceptase,
muy complacido, las manifestaciones de gratitud del
rey de Francia.
Al retirarse, dijo:
—No descuide Vuestra Majestad los medios propios
Ñ para atraerse ciertos concursos. Desde hace varios
meses, el rey Carlos, previendo la muerte de su abuelo,
hizo distribuir más de doscientos mil escudos entre
los principes de Alemania.
—De eso se ocupará nuestro canciller. Yo quiero
permanecer ajeno a todas esas maniobras.
El legado hizo un gesto ambiguo, se inclinó profun-
damente, y salió.
—¿Qué pensáis de todo esto, Duprat?- preguntó
Francisco 1, al canciller, así que estuvieron solos.
—Pienso como siempre, Señor, que el trono de
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